UN MENSAJE DE ESMERALDAS
UN MENSAJE DE ESMERALDAS
Nelson Estupiñán Bass
Con estas veinte plumas, trabajadas con perseverancia y con amor por Efraín Andrade, os traemos, en colorido autóctono, un mensaje caluroso y fraternal de Esmeraldas, cuya población negra ha encontrado en este artista lojano su más vigoroso intérprete hasta hoy. Desde los albores de la República, nuestra provincia ha permanecido geográficamente exilada por una crónica incomprensión de los gobiernos; mas en las horas dramáticas de tensión y catástrofe ha latido como una de las más vibrantes células de la ecuatorianidad. Es irrefutable la contribución de Esmeraldas a la causa de la liberación nacional, desde los brumosos días de Veintemilla, en que tiene el desenfado de elegir su representante a la Convención de esa época a uno de los más grandes maestros ecuatorianos de todos los tiempos: Juan Montalvo, hasta los días esperanzados en que la provincia toda se convierte en un ardiente campamento de la libertad, de donde Alfaro extrae sus huestes más bizarras, que luego desparramará por la Patria para fundir, con sangre negra, los cimientos de la democracia ecuatoriana. Y no estará por demás evocar el sacrificio ejemplar de Luis Vargas Torres, que escribe con el resplandor de su martirio un póstumo alegato por la libertad de la República. Geografía e Historia no han tenido, pues, para nuestra tierra aquella confluencia, siempre saludable, para la grandeza integral de un país; mientras que por este nos hemos identificado con las palpitaciones de la Patria, aquella que nos ha desterrado de sus ejes vitales.
Mas, frente a esta adversidad geográfica y a la sucesiva indiferencia de los Poderes Públicos, Esmeraldas siempre ha sido el brazo mulato y solitario, extendido imperturbablemente desde las distantes y cálidas oquedades de la manigua al corazón sagrado de la Patria. Ahora os traemos una sinopsis terrígena del norte costeño, del litoral aún aureolado de misterio y leyenda, pintando en toda su franqueza y claridad por la pluma de Efraín Andrade, para que tengáis con la novela, el cuento y la poesía que hemos producido una noticia veraz y completa de nosotros los negros, y para que conociéndonos así diáfanamente aprendáis a querer a nuestra provincia un poco más. Somos el hermano negro que se presenta ante vosotros en su sencillez elemental, sin desfiguraciones ni truculencias, para que nos conozcáis a través de la verdad; el hermano negro, victorioso de la triple embriaguez de la selva, del río y del mar, de pie para la entrega de su aporte autóctono a la libertad y a la cultura, los dos signos vitales del Ecuador, al decir luminoso de Benjamín Carrión, piloto espiritual de nuestro tiempo.
II
Un ilustre conductor de América, caído ante la siega inevitable de la muerte, dijo, en cierta ocasión, que este es el siglo del hombre del pueblo; mas para que el hombre del pueblo pueda empuñar sin peligros y con derechos legítimos el timón de la época, preciso es que sean previos el fortalecimiento de su espíritu y la positiva solidez de su capacidad. Y es aquí donde resalta la necesidad de un camino claro para el pueblo, que debe ser señalado por los escritores y artistas responsables. He aquí, por qué en aras de la comprensión y de la solidaridad, en sincera apelación por un más alto destino espiritual para la Patria, desde la tierra negra y baja del país, os traemos, con esta oportunidad pictórica, nuestra exhortación para que continuéis dándonos una literatura y un arte humanos, dirigidos en línea recta al pueblo. Hace falta –y lo decimos con el conocimiento acumulado que da el vivir con los cinco sentidos en las masas— una insistencia nacional, que al mismo tiempo nos dé la voz afectuosa de alerta a los desvíos, cristalice en realidad el anhelo de una literatura y un arte transparentes y sencillos, porque sencillo y transparente es el corazón del hombre común ecuatoriano. Para nosotros, que aunque en modesta proporción hacemos obra de cultura en nuestra tierra, es apremiante que los escritores, poetas y artistas que operan bajo el signo irrevocable de la libertad, usen la onda del pueblo para darle amplitud veraz a su mensaje. En la oscura antesala de la agonía en que yace la Patria y no lo digo con nublado pesimismo, sino con rotundo fervor esperanzado–, las palabras de la República parecen ser las mismas palabras inmortales de quien dijo, cuando rasgaba las cortinas del último misterio: «Luz, más luz». Pero, ¿acaso no habéis escuchado vosotros también este mismo clamor desesperado, en los días de tremendos conflictos? El pueblo pide claridad, con todo derecho, y el hombre de letras y el artista deben comprender cuán necesaria y saludable es la diafanidad en estos días, en que parece que estuviera poniéndose la luz.
Henos aquí, pues, ante la obra artística de un hombre que, nacido en el extremo sur de nuestra Sierra, llega a los confines opuestos del país, y logra el hallazgo de un paisaje humano, en el que [se] sumerge jubiloso para extraer toda su esencia. Andrade ha llegado con su pluma, como si fuera lámpara, hasta las subterráneas galerías del hombre de color; ha penetrado con su arte, después de una dichosa roturación de superficie, el subsuelo de la verdad y la leyenda, y es por esto que está en capacidad de señalar con precisión las fronteras de la realidad y la ficción, de decirnos dónde concluye la vigilia y el sitio exacto en que comienza el sueño. En Andrade se opera la conjunción, con límites claros y precisos, de lo objetivo con lo irreal, de lo tangible con lo íntimo, bajo la consigna perenne de la luz, que es lo que me atrevo a llamar la tesis de Esmeraldas.
III
Aquí está el negro en toda su dimensión, su dolor y su júbilo: la mujer que agita, en un adiós ante el océano, un pañuelo teñido de tarde, nostalgia y soledad; el que retorna victorioso de su batalla rutinaria con el mar y la pesca; los que agitan, ebrios de selvática alegría, el guasá –la versión esmeraldeña de la maraca cubana–, y los que cuartean los ámbitos con el bombo, el cununo y la marimba; y las cantadoras, cuyas voces que llevan el fragor de los ríos, inundan la playa, la noche y los islotes; y las que se crispan y desarticulan en aquella como celebración de oscuros cataclismos; y el que carga sobre su hombre fornido un racimo verde de «plátanos», según vuestro decir, o de guineos, como llamamos nosotros a la fruta que viene de la planta del bien y del mal; y las que se bañan, en plena desnudez, como en la ensenada negra del paraíso; y las humildes lavanderas, con su ropa tendida junto al río, en un fondo cuyo colorido parece ser la transpiración de todos los elementos; y la que duerme la siesta, en el sopor que produce el sol en el comienzo de la tarde, cuando parece que el tiempo se enredara en sí mismo; y la «tunda», que, según la arraigada creencia campesina, secuestra a los niños, con la misma indumentaria de la madre de la criatura que se lleva del brazo; y aquel tríptico de la muerte –las curanderas, el «chigualo» y el sepelio–, en el segundo de los cuales se llora, con los mismos instrumentos de la danza voluptuosa y enloquecedora, la caída de un ángel negro, cuyas alas se rompieron al rozar alguna rama; y la ancha sonrisa de una mujer cuyo cuerpo debe ser como su rostro: derramado de euforia, igual a las tierras bajas cuando el invierno comienza a martillar su corteza.
Toca a vosotros ubicar a Andrade en el casillero estético que le corresponda, y señalarle sus fallas para que pueda lograr su culminación, que nosotros anhelamos tanto como él. Yo, como miembro del Núcleo Provincial de Esmeraldas de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, que ha enviado hasta vosotros una muestra de las inquietudes que está patrocinando, y como hombre de esa raza y de ese pueblo, palpitantes aquí gracias a la maestría de este artista, solo puedo deciros, salvando vuestro mejor parecer, que Andrade nos ha pintado con claridad y con verdad. ¿Y de qué otra manera, sino mediante un arte que tiene «la veracidad de la luz», podemos aspirar de vosotros a una cabal interpretación de lo que somos?
Perdonadme, si acaso mi fervor ante estas plumas pudiera calificarse de tropical. Pero es que somos precisamente eso: trópico, es decir pasión, fuego, embriaguez, colorido de aristas como agujas, selva crepitante, ríos anchurosos, contorsión, sensualidad, sobresalto y tormenta, todo dirigido hacia el mar, que es, para nosotros, meta y principio de todas las cosas. Pero, ¿no dijo ya un hombre ilustre que «el arte es un medio de socializar la emoción»?
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Publicado en Letras del Ecuador, Quito, n. 106, abril - diciembre de 1956, Casa de la Cultura Ecuatoriana. Discurso leído en la inauguración de la Exposición de Dibujos a Pluma del pintor ecuatoriano Efraín Andrade en el Bodegón Universitario de la ciudad de Esmeraldas.